23 de abril de 2007

Diario de mi tatarabuelo Louis Neumann / P III

Parte III


Aquí podría terminar mis memorias si deseara solamente contar las experiencias negativas. Pero puesto que todavía tengo tiempo y oportunidad anotaré algunos otros acontecimientos que sucedieron en el curso del tiempo.

Para el siguiente verano tomé el mismo tipo de trabajo en la aldea de Borstel con el señor Haferland. Aquí encontré todo contrario a mi primer trabajo. Una mesa, sillas, y armario en mi habitación. Todo el cuarto brillaba completamente por la limpieza y todo era de buena calidad y elegancia. Aquí aprendí a conocer a una familia pacífica, amistosa, sin vanidad. A pesar de ser el único criado allí, nunca oí alguna palabra desagradable. Era como si fuera parte de la familia.

Tres hijos y una hija ayudaban a sus padres mayores. La modestia de los patrones y la amistad que experimenté aquí fueron las razones por la que el tiempo se me pasó volando y estaba muy triste cuando llegó el día en que terminó mi servicio. Hubiese querido mucho trabajar allí al año siguiente pero esa temporada ellos habían decidido a dejar sus animales en el establo y no sacarlos a los pastos comunes.

Por esa razón el tercer año encontré un nuevo lugar de trabajo en la aldea de Babens con el señor Lehte. Aquí también todo fue muy provechoso y la familia estuvo satisfecha con mi trabajo. De hecho el señor Lehte deseó contratarme otra vez al año siguiente pero llegó unos días demasiado tarde porque ya había tomado un trabajo en Groβen Möringen con el dueño de la fábrica de ladrillos, el señor Grote. Aquí gané más dinero y aunque tenía mucho trabajo en los días laborables tenía tres Domingos sucesivos libre. Cada cuarto Domingo tenía que mantener el fuego de los hornos hasta que por la tarde el patrón me relevaba en mi puesto. Aquí, también parecía que estuviera todo bien.

Hubiera trabajado un año más aquí si no hubiesen habido cambios en la hilandería de lino en la casa de mi padre. Me interesaba mucho el nuevo método que se utilizaba. Se le llamaba “el método veloz" que era un nombre muy correcto, porque era mucho más rápido y más fácil. Hizo que la mano de obra innecesaria fuera eliminada de las hilanderías. Todo era diferente. La bobina o carrete ahora estaba contenido en una clase de catapulta que podía tirarse hacia adelante y hacia atrás con una mano, sin la necesidad que el tejedor diera vueltas de un lado a otro. En ciudades más grandes este método era bien conocido y gracias a él entraron a nuestra región materiales y telas más finas.

Ya que mi padre no estaba familiarizado con el nuevo método, el señor Storbek, hijo de nuestro benefactor, le había dado la buena idea que contratara jornaleros de fuera de nuestra región que tuvieran conocimiento de estos nuevos métodos. Por eso encontré en una de mis visitas de Domingo dos telares nuevos. Puesto que nadie trabajaba ese día y los empleados habían salido, yo tenía tiempo para mirar y observar todo muy cuidadosamente. Al tiempo comencé a experimentar con el telar nuevo, porque estaba allí cada Domingo en que me encontraba sin trabajar.

Sucedió que una vez que caminaba como casi cada Domingo a la ciudad, me encontré con uno de los hijos de mi segundo patrón, el señor Haferland. Mientras caminaba hacia la ciudad oí pisadas de caballo detrás de mí. Cuando me di vuelta vi a un jinete al trote rápido siguiéndome. Cuando me alcanzó detuvo su caballo y me saludó. Había apenas devuelto sus saludos, cuando él preguntó:

- ”Debemos conocernos. ¿No trabajó para nosotros hace un tiempo?”

Cuando asentí, tuve que contarle lo que había sucedido conmigo en el todo este tiempo y qué estaba haciendo ahora. Entonces él me contó que su padre había vendido la granja pero que había reservado una parte de ella para cuando jubilara. Sus dos hermanos todavía trabajaban allí. Él se había casado y su hermana también. Vivía en Üngelingen, y su hermana en Steinfelde de donde venía ahora. Todos estaban muy bien. Íbamos animadamente conversando cuando llegamos al punto donde nuestros caminos se separaban. Después de que nos deseáramos lo mejor cada uno se fue por su propio camino. Eso fue lo último que oí hablar de esa familia que me había tratado tan bien.

En casa le conté a mi madre del encuentro y cómo él amablemente me había hablado. Además él le había enviado sus mejores saludos. Después de eso me fui al telar donde ya había alcanzado un cierto progreso.

Mi servicio en la fábrica del ladrillo terminó el 11 de noviembre y el domingo siguiente me fui a casa. ¡El lunes iba a probar el moderno método de tejer! Sobrepasó por muy lejos mis capacidades. Tendría que esperar la siguiente oportunidad de intentarlo ya que fui incapaz de lograr alguna tela de calidad con el nuevo telar.

El puesto de mi padre en la hilandería estaba vacante porque él tenía otros deberes que hacer en la granja así es que ocupé su lugar en la hilandería. Pero su telar no tenía el equipo nuevo y realmente no estuve muy a gusto en él. Me relevaron cuando mi hermano Friedrich asumió el control de la hilandería. Había regresado del servicio militar solo un día después de mi regreso de la fábrica de ladrillos. Esa fue la razón por la cual yo, el más joven aprendió el nuevo método primero y tuve que enseñárselo a mi hermano mayor más adelante.

Sucedió lo siguiente. Un jornalero – del mismo nombre que yo – quiso trabajar independientemente. Él poseía un telar nuevo y todos sus accesorios. Pero como todavía no estaba casado y aún no deseaba tener su propio hogar, se instaló en nuestra casa. Él no era solamente tejedor sino que también músico y trabajaba como tal los Domingos en las tabernas y en las plazas. Y ya que los músicos gustan de haraganear, él raramente estaba en su telar los Lunes. A esto le di buen uso. Muy temprano en las mañanas de los Lunes yo iba a su telar. Si yo hubiese tenido que aprender todo solo, habría cometido muchas equivocaciones y me habría tomado mucho tiempo, pero el tejedor extranjero que estaba en el otro telar me enseñó. Me miraba y me corregía. Él era un hombre bueno, sólido y de principios. Me enseñó cada pequeño detalle, de esta manera aprendí rápidamente y muy pronto era tan bueno como mi profesor y si a veces era un poco más rápido que él; entonces era más feliz, como si él hubiese triunfado. De hecho, pienso que nunca se podía enojar porque pasara lo que pasara era siempre modesto y bueno. Él se sentía como en casa y hubiésemos querido que él permaneciera con nosotros, pero las cosas resultaron ser muy diferentes.

Algo para nosotros inexplicable le ocurrió. En nuestra casa comenzaron apariciones de fantasmas que parecían relacionarse con él. Perdió su naturaleza alegre y se volvió ansioso y reservado. Nosotros bromeábamos respecto del fantasma y nos reíamos de ello, dondequiera que llegáramos a sentirlo y a veces incluso le decíamos en voz alta:

- “¡Leopold, aquí viene!”

Él se ponía cada vez más triste.

Y entonces, sucedió que una tarde todos acabábamos de irnos a la cama pero seguíamos estando despiertos. Dormíamos en el segundo piso de la casa y yo incluso lo hacía en el tercer piso en el ático. Mamá estaba aún abajo levantada. Mi hermano Friedrich y Leopold dormían juntos en la misma habitación. De pronto hubo un ruido como si un paquete de ramas secas hubiera sido lanzado escaleras abajo, rodado y caído hacia el primer piso donde mi madre lo oyó el venir. Mi hermano Friedrich tuvo la sensación como si hubiera volado sobre su cama y él había gritado:

- “¡Leopold, aquí está!”

Pero Leopold contestó solamente muy calmadamente:

- “Oh, déjalo que esté.”

Temprano a en la mañana Leopold nos dijo que no podría quedarse más con nosotros que nos tenía que dejar. Cuando le preguntamos por qué, él contestó que no podía decírnoslo. Y aunque le pedimos que se quedara no lo hizo. Se fue el mismo día y nunca oímos de él otra vez, así como tampoco volvimos a saber del fantasma. El espectro se había ido con él...

Mi hermano Friedrich ahora tomó el puesto de Leopold y comenzó a estudiar el nuevo método. Yo ya había comprado mientras tanto el telar y todas las herramientas que mi tocayo - el músico - había poseído. El señor Storbek me había prestado dinero con la condición que cada vez que yo trajera una pieza de tejido, pondría una pequeña cantidad hasta balancear el préstamo. Así pronto tuve mi propio telar y todos sus accesorios. Siempre trabajé para el señor Storbek y fui siempre dichoso. Solamente una vez tuvimos diferencias pero cuando pude probarle que la culpa era suya, él me sacudió las manos con las palabras:

- “Olvidémonos y seamos amigos otra vez, y pienso que nunca pelearemos otra vez.”

Y esa fue la verdad. Nunca tuvimos otro contraste de pareceres y seguimos siendo amigos hasta hoy. Y aun cuando pienso que estoy muy lejos yo siempre tendré a la familia Storbek en mi memoria. Pusieron los fundamentos para toda nuestra prosperidad. Si no hubieran salvado la propiedad de nuestros padres no habríamos podido nunca pagar nuestro pasaje a Suramérica y habríamos seguido estando en la pobreza todas nuestras vidas.

Puesto que nada digno de recordar sucedió en los siguientes años, me saltaré ese tiempo y comenzaré otra vez en el año 1856.

Durante este año me llegué a enterar por primera vez de la posibilidad de inmigrar a Chile en Suramérica. Puesto que me encontraba sin medios, realmente no le presté mucha atención. Pero cuando un año más tarde, Viehmeister, que era hermanastro de mi madre se decidió a inmigrar, tuve repentinamente un gran deseo de intercambiar la vieja patria por América. Pronto llegó una carta de Viehmeister, diciéndonos que había llegado a Chile. No elogió mucho su llegada al nuevo país porque terminó su carta con las palabras: “Cualquiera que estuviera y exista allí puede desear permanecer allí, porque es muy fácil desarraigarse de algo pero es difícil construir una nueva existencia.”

Mi deseo de ir a Chile creció cada vez más. Pronto tomé correspondencia con el agente el señor Düsseldorf en Hamburgo. Con su primera carta me envió un prospecto y me escribió que debía preguntarle cualquier cosa de lo qe quisiera y él me daría toda la información que yo deseara. Realmente no sé por qué me vino el gran deseo de inmigrar porque en Stendal tenía los medios para ganarme la vida por pobre que fuera y yo además estaba trabajando.

Oí historias tristes sobre otros inmigrantes pero pensé que nada como eso podría sucederme. Desatendí todo peligro y tenía solamente una meta: trabajar para comprarme mi propia granja por muy pequeña que pudiera ser. Con esta meta delante de mí utilicé siempre toda mi energía para alcanzarla. No fue fácil porque mis padres estuvieron un muy buen tiempo decidiendo. Los impulsé y animé mucho y muy a menudo. Si no hubieran tenido la innombrable desgracia cercana en su memoria que hicieron tan amargas sus vidas y acrecentaron sentimientos negativos contra su patria, probablemente nunca habrían consentido en viajar. A veces una desgracia puede ser útil.

Y mi buena suerte nunca me ha dejado. Incluso en los tiempos cuando la luz del sol se obscurecía, parecía ser solamente una sombra efímera que desaparece a gran velocidad, por todas partes conocí a buena gente que me ayudó, enseñó y me condujo por el buen camino que me permitió salir adelante.

El agente, señor Düsseldorf al que nunca conocí personalmente, me sirvió muy complacientemente. Tomé completa ventaja de su oferta para informarme sobre todo lo que yo necesitaba saber y me contestó cada de mis preguntas a mi más completa satisfacción. En dos casos él me concedió favores especiales. Me informó que podría elegir los mejores lugares en la nave si pagaba el pasaje un poco antes. Y le pedí otro favor: poner nuestro equipaje sobre la cubierta más baja. Eso me fue concedido aun cuando las cajas eran tres veces más grandes que lo habitual. Él mantuvo su promesa sin tener que recordárselo. Este favor fue muy valioso y muchos otros pasajeros nos envidiaron por ello.

Salimos de Hamburgo en Abril de 1859 esperando que alcanzáramos nuestro nuevo destino muy pronto. Y parecía que ése sería el caso, porque durante la mayor parte teníamos vientos favorables y el capitán esperaba estar en Valparaíso el 18 de Septiembre, para el día de fiesta nacional. Pero las cosas cambiaron. Estábamos bastante cerca del Cabo de Hornos cuando el buen viento se convirtió en una constante tormenta, de modo que tuvimos miedo que la nave se rompiera bajo impacto de las olas. Incluso estuvimos muy cerca de zozobrar porque el timonel parece no haber estado prestando mucha atención ya que una gran ola golpeó el costado de la nave y le dio vuelta de manera que el agua alcanzó el centro de la embarcación. Eso era el 27 de Septiembre a las 4 de la mañana.

Casi todos estaban dormidos. Sólo yo, el cocinero y el ordenanza del capitán acabábamos de comer en la cocina. Si no hubiéramos tenido las paredes de esa cocina protegiéndonos a nuestro alrededor, probablemente habríamos llegado a conocer el mar más de cerca de lo que hubiéramos querido.

La nave se enderezó otra vez lentamente y el cocinero dijo algo como:

- “Que grande fue!”

El capitán la había sentido también y vino a la cubierta baja a calmarnos. Él nos dijo que no nos asustáramos porque esta era una buena nave. Le dije que yo pensaba así también y le agregué:

- “El que no quiera morir en el agua no va a ahogarse!”

Y eso resultó ser lo correcto ya que arribamos sin otro incidente al puerto de Talcahuano el 22 de Octubre, a las 9 de la tarde.

Recién a la mañana siguiente nos sacaron de la nave porque en la oficina de aduanas no había suficiente espacio para todos nosotros, aquellos que nos sentíamos bastante bien fuimos llevados momentáneamente a los viejos cuarteles militares.

Llevó la mayor parte del día llevar todo lo que necesitábamos allá y el día casi se acaba antes de que lo notáramos.

Y allí estábamos: sorprendidos, perplejos, sin pan, sin luz, y no entendíamos el idioma.

Me apresuré a regresar a la aduana a buscar al capitán. Fui muy afortunado en encontrarlo y contarle nuestros problemas. Él estuvo inmediatamente dispuesto a ir conmigo donde el agente y allí demostró ser un amigo en la adversidad. Con su mediación nuestro sustento diario en dinero fue aumentado 30 centavos a 87 centavos por día, una caja de cerillos, una libra de velas, y conseguí tanto pan como deseé. Otra crisis fue superada con la ayuda de un amigo.

Y en el curso de tiempo he encontrado que dondequiera que necesitara a amigo siempre encontré uno. Para mí el refrán es cierto: "Cuando la necesidad es más grande Dios está más cerca..."

Fin del diario.

3 comentarios:

Rene Breyer dijo...

Hola: Aquí en este diario aparece algo distinto a lo que conocía. Entiendo que alguien en la familia de Louis (su madre??) era hermana de mi tatarabuela (Marie Rossine Schirdt), razón por la cual Friederich Baier Schirdt que ya había llegado a Chile, les contó de las maravillas de esta tierra.
Pareciera entonces que el Friederich de la historia es Baier y no Vihemeister.....
¿alguien tendrá la historia correcta?
Saludos
Rolf Baier Schmidt

Arturo Neumann dijo...

Estimado Rolf.

La verdad es que las historias se repiten, como en este caso. En el diario de Louis Neumann los apellidos están correctos. Lo que ocurrió con la familia Baier es parecido.

Johann Carl Baier llegó con su esposa Marie Rosine Schirn y sus hijos en el velero Australia en 1858. Louis Neumann y su familia llegaron en el Inca en 1859, por la invitación que les hiciera Friedrich Vyhmeister.

Por lo que entiendo, Marie Rosine Schirn era hermana de Marie Luise Schirn, esposa de Carl Fiebig. El matrimonio Fiebig Schirn llegó posteriormente a la Colonia Humán precisamente por la invitación que le hiciera la familia Baier Schirn.

Otra diferencia es que los Baier, Fiebig y Schirn eran de Silesia. Los Neumann y los Vyhmeister eran de Stendal, en ese entonces perteneciente a Brandenburgo.

Espero haber aclarado las dudas.

Atentos saludos.

Arturo Neumann.

Alfredo Montenegro dijo...

saludos, Increible el Blog un gran trabajo, soy descenciente de los stark , Drapela & Kratochwila , del 1er & 3er contingente