23 de abril de 2007

Diario de mi tatarbuelo Louis Neumann / P I

Mi Diario
Parte I
W.L.J. Neumann.
Mis recuerdos y memorias de una mañana de Otoño en el año 1840.
Era muy temprano, antes del alba cuando alguien golpeó insistentemente a nuestra puerta. Debido a que mis padres se encontraban en el corral alimentando a los animales, me apresuré a abrirla, pero tan pronto como corrí el cerrojo, la puerta se abrió violentamente, lo suficiente como para deslizar un pequeño paquete del tamaño de medio hectólitro y luego la cerraron violentamente otra vez desde el exterior. Nadie pronunció palabra alguna y tampoco a ninguna persona cuando me asomé a ver. Como hacía frío, rápidamente volví a la cama y pronto me dormí otra vez. Cuando desperté ya era pleno día y tuve que apresurarme para llegar a la escuela a tiempo por lo que en mi prisa no mencioné a mis padres lo que había sucedido anteriormente, pero sería lo primero que haría cuando volviese a casa al mediodía.
Cuando regresé, el paquete seguía estando en el mismo lugar en donde lo había puesto. Estaba envuelto en una bolsa común y ni siquiera se me ocurrió ver su contenido. Después de que dije a mis padres lo  sucedido, yo hubiese estado a punto de olvidar completamente el asunto, pero este pequeño y discreto paquete dentro de la bolsa sería la catástrofe que se convertiría en el desastre más triste de la vida de mi padre. Y aun cuando yo tenía solamente diez años de edad, nunca he podido olvidarlo.
Mis padres no tenían ninguna idea del contenido del paquete y pensaron que quien lo hubiese dejado muy pronto vendría a reclamarlo. Tuvieron la sospecha de que eran mercancías robadas, e incluso sospecharon que sabían quién lo había traído, pero esta persona mencionada nunca había estado en nuestra casa y yo nunca lo había visto. Aún así, el hermano de esa persona a menudo sí había estado varias veces en casa.
Se sospechaba que nuestro huésped veía secretamente a su hermano, pero yo nunca había oído mencionarlo, aún cuando incluso posteriormente en que lo vi casi a diario cuando años más tarde alquilé un cuarto en casa de él y viví allí por casi un año. Durante todo ese tiempo, nunca vi a ese hermano u oí que lo mencionara. Ninguno de nosotros supo si dicho hermano tenía algún conocimiento del paquete secreto de la bolsa. Pero una cosa era segura; el paquete nunca vino a ser reclamado ni por su dueño ni por quien lo trajera a nuestra casa.
Repito que nunca vi el contenido del paquete pero oí más adelante por las conversaciones que se sostuvieron, que se trataba de joyas y oro. Como el oro juega tan a menudo un rol infame así también esta infamia vino a rondar nuestra casa.
Mi madre imprudentemente había abierto el paquete y no pudo resistir la tentación de tomar un par de pequeños pendientes para dárselos a mi hermana Wilhelmine que era tres años mayor que yo. Como nosotros nunca hubiéramos podido comprar ese tipo de joyas, ella solo deseaba hacer feliz a su hija, pero esta felicidad se transformó en una pena desgarradora.
Al tercer día después de la entrega del paquete, llegó la policía con una orden de registro para buscar un cofre perdido, en caso que mi padre prefiriera no autorizar la búsqueda por su propia y libre voluntad. La repentina aparición del policía quebró el temple a mi padre, tanto que le quitó el habla y bien cerca estuvo de revelarlo todo, porque lo que el policía buscaba todavía se encontraba sobre la vieja mesa y nadie lo miraba.
El policía no sospechó que las mercancías robadas estuvieran abiertamente sobre la mesa, él buscaba algo que estuviera escondido y miraba en cada esquina de la casa, del sótano, del jardín, en cada cajón y en los estantes más pequeños. No se le hubiera escapado ni siquiera un alfiler si es que eso hubiese buscado.
Al final de la búsqueda descubrió los pendientes en el dormitorio de mi hermana, los cuales se llevó consigo. El policía no encontró nada más, pero fue prueba suficiente como para llevar detenido a mi padre, a mi madre y a mi hermana. Después de ocho días fueron liberados debido a la falta de evidencia. Por ahora se habían salvado. Mi padre negó cualquier conocimiento sobre el tema y mi madre declaró que había comprado los pendientes a alguien que ella no conocía, y luego se los había dado a su hija. Aunque el dueño de los pendientes los reconoció como suyos, el juez dijo que perfectamente hubieran podido ser comprados de segunda mano.
La primera pregunta que le hicieron a mi padre fue que si los aretes habían sido sacadas del cofre, a lo que tuvo que decir no, porque nadie siquiera las había pedido. Mi padre no contaba con eso. Él estaba seguro que alguien había sacado ciertamente el paquete de la bolsa pero no podía asegurar quién había sido. Ahora él estaba desesperado. En su perplejidad tomó la desafortunada decisión de traer el paquete al policía creyendo que si el dueño conseguía sus cosas de vuelta, todo estaría bien. Él sabía que no había robado ninguna cosa y estaba seguro que todo el mundo sabía eso también, pero ahora tuvo que beber la copa de dolor hasta el fondo. Tan pronto como el policía tuvo los objetos de valor, tomaron a mi padre detenido otra vez.
En el juicio declaró exactamente cómo había sucedido todo. También le dijo al juez que estaba seguro que alguien había sacado las cosas del interior, a lo que el juez contestó:
- “¡Oh tú hombre desafortunado! Si hubieras enterrado las cosas solamente 10 pies en el jardín de modo que nunca vieran luz del día otra vez, o si me las hubieras traído de inmediato entonces habría podido salvarte, pero ahora todo se ha perdido.”
Mi padre le aseguró nuevamente al juez que no había robado las cosas.
- “Que tú no las robaste no lo he dudado en ningún momento, incluso sé quién es el ladrón. Lo tenemos aquí en custodia, pero él es bastante astuto, que no nos permitió encontrar ni siquiera un alfiler. Ya lo he tenido aquí delante de mí siete veces pero no ha confesado nada. Él podría salvarte pero ya sé que no dirá ni hará nada que pudiera incriminarlo. Él no tiene absolutamente ningún sentimiento. Lo traeré aquí inmediatamente y en tu presencia intentaré lo mejor que pueda para hacer que confiese.”
Después de algunos minutos el mismo hombre que mi padre había sospechado apareció. El juez le imploró para que pensara en lo que tendría que mi sufrir mi padre a causa de sus actos y que podría prevenir tal terrible desgracia si confesara que había traído las cosas a la casa de mi padre.
- “Considera el hecho de que no sólo estás arruinando a un hombre de un momento a otro sino que estás destruyendo a una familia entera para siempre.”
Todo fue en vano, no confesó una palabra. Él mantuvo en todo momento su versión que no sabía nada.
- “Bien, tú otra vez no sabes nada y te conocen como “Labi el ladrón”.
Mi padre fue liberado otra vez y pudo trabajar en la granja, pero después de pasados siete meses llegó la sentencia del tribunal. Fue condenado a 6 meses de prisión, mi madre a 4 meses en la penitenciaría y mi hermana un mes en cárcel. Además de eso tuvieron que pagar todos los gastos de la corte. Eso fue un duro golpe que condujo a mis padres casi a la desesperación. Perderían su amada casa tan duramente ganada. Por mucho que pensaron y planearon no pudieron encontrar ninguna manera de escapar de ese peligro.
En lo triste de la situación el cuñado de mi madre, de apellido Tier (Thiers), vino un día a verlos. Él había enviudado hacía algún tiempo y había oído hablar del apuro de mi padre. Puesto que había tomado una hipoteca de 200 talers o de 600 marcos por nuestra casa, él estaba asustado de perder su dinero y deseó recordarnos la hipoteca. Mi padre le explicó que no había peligro que Tier perdiera su dinero e hizo la sugerencia de venderle la propiedad en el mismo precio de la hipoteca pero solamente por 5 años, transcurridos los cuales mis padres le comprarían la casa nuevamente. Pero Tier no pudo entender la propuesta y dijo:
- “Si te la compro entonces tendrás que irte inmediatamente.”
Mi padre vio que su cuñado no entendía lo que le había propuesto, y le dijo:
- “Pienso que en tal caso yo puedo vender la propiedad a un precio mejor.”
- “Ve tú que yo consiga mi dinero o te demandaré.”
- “No te preocupes, te conseguiré tu dinero cuanto antes.”
Y entonces Tier se fue.
Ahora a mis padres les quedaba muy claro que tendrían que vender la propiedad. Estaban todavía sentados ahí, perdidos en sus dolorosos pensamientos, cuando alguien golpeó a la puerta. Un viejo conocido de ellos de nombre Storbek entró. Después de algunos minutos en que se hablaron sutilezas él dijo:
- ¡“La razón de mi venida! He oído que desean vender su casa.”
Y a la respuesta de mi padre:
- “Sí, lamentablemente tengo que hacerlo”
Él contestó:
- “Lo sé. Solamente puedo darte 600 talers por ella. Sé que ése no es el valor total de la propiedad, pero es todo lo que puedo darte porque no necesito la casa. Si luego deseas comprarla, te la venderé de nuevo por el mismo precio. Hago esto solamente para ayudarte con todos los costos que tienes ahora.”
Mi padre le informó sobre la venta pre acordada que él quería contratar con su cuñado. El señor Storbek contestó:
- ”Eso convendría también, si confías en mí lo suficiente para vender bajo estas circunstancias, podrás tener el dinero de hipoteca mañana. Piénsalo y házmelo saber.”
El señor Storbek se despidió y se marchó. Mis padres pensaron en la oferta por un corto tiempo y decidieron aceptarla, por lo que mi padre le informó a su cuñado que podría venir a retirar su dinero al día siguiente.
En ese día todo fue puesto en orden. Solamente se tuvo que arreglar el inicio de su tiempo de la cárcel. Según la ley de la región se podía determinar cuándo comenzar el tiempo de la condena. Decidieron que la mamá y mi hermana comenzaran el 1 de Noviembre de 1841 y el papá comenzaría el 1 de Diciembre del mismo año. Esto se convino así porque durante el invierno el trabajo en nuestra pequeña granja no era muy arduo.
Una vez cumplida las condenas todos volvieron con buena salud pero lamentablemente durante el transcurso de ese tiempo el señor Storbek había fallecido. Él no pudo ver por sí mismo la conclusión de su buena obra, pero incluso en su última hora él imploró a su familia:
- “¡No defrauden a los pobres Neumann!”
Y no lo hicieron. Mantuvieron su palabra y nuestra armoniosa amistad nunca sufrió ningún quiebre.
(Continúa en Parte II)

4 comentarios:

Unknown dijo...

Arturo - esto esta extraordinario!! Muchas gracias por darnos esta direccion para entrar. Realmente un trabajo fantastico!

Arturo Neumann dijo...

Hola Nidia. En realidad era una deuda que tení pendiente y que me tomó mucho tiempo ponerme al día. Obviamente tiene imperfecciones, pero apenas las detecte las corregiré.

Saludos a Edwin y los tuyos.

Arturo.

Unknown dijo...

Estoy maravillada con esta historia. Leer los relatos de un hombre que vivió en el siglo XIX y que luego se vino junto a su familia a colonizar Chile, creo que es un testimonio invaluable, y que quien traspase esta historia sea su tataranieto es un privilegio, que me habría encantado tener. Arturo, no sé si tienes el diario original, porque de ser así sería buenísimo que subieras algunas imágenes.
Felicitaciones por este trabajo!

Unknown dijo...

Muy buena historia, a la espera de la segunda parte...felicitaciones primo