23 de abril de 2007

Diario de mi tatarbuelo Louis Neumann / P II

Parte II


Aquí me detendré por ahora y hablaré de algunos episodios de mi vida que me conciernen.

El año era 1842. Era pleno verano. El centeno y el trigo florecían en la campiña. Un día un hombre joven, llamado Ahl, de la aldea de Belkau vino buscando a un muchacho que quería tomar para el cuidado de sus animales en pastoreo. Pensé que eso satisfaría a mis padres, por lo que decidí tomar el trabajo. En muy breve plazo convenimos respecto del tiempo y los salarios. Algunos días después, luego que mi madre me hubo puesto en orden un poco de ropa, yo alegre comenzaba en mi primer trabajo. ¡Pero con qué decepción me encontraría! ¡Qué diferentes eran las cosas aquí comparado a como estaban en casa!

Ésta no era solamente una pequeña granja desorganizada y mal mantenida sino que eran totalmente descuidados en el lado doméstico.

El hombre que me había empleado tenía cerca de 30 años. Él era el único hijo, aún estaba soltero y había asumido el control la administración de la granja. Su madre aún manejaba la casa y tenía una criada que era la exacta contraparte de la vieja mujer. Una cojeaba, la otra era raquítica. Una era asquerosa; la otra no era limpia. De hecho, si alguien hubiera presionado fuertemente en las paredes de la casa, no habrían podido liberarse sin ayuda de tan pegajosas que estaban. Y tal como el aspecto de estas modelos de hembras era exactamente su capacidad de manejar sus deberes domésticos.

Uno no podía dar una mordida a la comida con apetito, sólo el hambre más grande podía hacer tragar estos repugnantes alimentos. La mantequilla parecía grasa de carreta porque todas las moscas que se habían ahogado en la leche habían sido desmembradas y machacadas sin piedad en la mantequillera. La sopa era una piscina para muchos gusanos. El tocino estaba arañado y medio comido por los gatos. La suciedad en el pan estaba muy escondida, así que yo comía sobre todo el pan seco para guardar del hambre.

Muchas veces deseé abandonar mi servicio pero siempre prevaleció el pensamiento que eso apenaría a mis padres. El tiempo pasó lenta y desagradablemente. Pero pronto las cosas empeoraron.

Aun cuando nada cambió en mis condiciones de trabajo pronto iba a perder el lugar en donde dormía. Hasta antes de la cosecha lo hacía con los criados de la casa, sin embargo la cosecha necesitaba más mano de obra y se tomó un segundo trabajador. Su habitación estaba en el ático de una casa desocupada, en donde vivirían los padres de mi patrón una vez que los obreros se fueran de la granja.

Pasó alrededor de una semana cuando el nuevo trabajador había desaparecido. Volvió dos días más tarde acompañado por su padre. Después que hubieron dicho todo lo que tenían que decir y probablemente expresado sus agravios al dueño de la granja, me dijeron que tenía que intercambiar mis habitaciones con el nuevo trabajador, que de ahora en adelante dormirían en el lugar que yo ocupaba en la habitación de los criados de la granja.

La mujer que me trajo estas noticias se ofreció a mostrarme el nuevo lugar en donde dormiría, así encontraría el camino en la oscuridad. Subí las escaleras detrás de la mujer hasta el ático sobre la casa desocupada. Tan pronto como alcancé el cuarto del ático repentinamente me llené de un terror que nunca antes había experimentado, a pesar de que aún era medio día y no había nada espantoso a la vista.

Bajé las escaleras y alcancé el pasillo al mismo tiempo que la mujer. Por mucho que intenté sugestionarme que este terror estaba solamente en mi imaginación, la sensación no se iba y cuando llegué a mis habitaciones en la oscuridad de la tarde yo estaba aún más asustado. Lo más rápidamente posible me quité mis ropas y salté bajo las frazadas que y temblaba por cualquier cosa que sucediera. Pero todo permanecía quieto. Nada disturbó la calma de la noche. Así y todo, mi ansiedad no se iría hasta que el sueño finalmente me superó.

Al día siguiente me desperté con la brillante luz del día y pude ver cada detalle del cuarto. No encontré nada inusual. Un viejo armario y mi cama; eso era todo que había en la habitación la cual no era muy grande tampoco. Estaba sobre un pequeño pasillo y un pequeño cuarto escaleras abajo. Aunque todo se veía tan agradable e inofensivo no podía sacudirme la intranquilidad de la tarde anterior.

La segunda noche fue casi tan tranquila como la primera, pero y aún luchaba contra esta extraña premonición, la cual se hizo realidad durante la tercera noche y mi espanto no disminuyó de ninguna manera. Esperaba que algo terrorífico sucediera – y sucedió...

Pocas horas debían haber pasado desde la puesta del sol, cuando se oyó como si un perro subiera por las escaleras hacia el ático. Ya que en la granja había un perro guardián yo pensé que podía haber entrado en la casa antes de que hubieran cerrado la puerta por fuera y lo llamé. Pero en vez de venir a mí, se sintió como si hundiera la cabeza sobre los talones, cayó por las escaleras y sin emitir ningún sonido aterrizó en el fondo con un ruido sordo embotado, sólo para volver a subir. Esto se repitió por alrededor de un cuarto de hora y entonces todo después se tranquilizó. Ya que había una distancia de cerca de 15 pies entre la tapa de las escaleras a mi cama, me calmé de nuevo y pronto el sueño me superó.

Cuando desperté por la mañana, los sucesos de la noche estaban aún vívidos en mí y pensé en la posibilidad de encontrar otro lugar para dormir. En el cuarto debajo del ático se encontraba una cama grande (de esas con dosel), pasadas de moda en esos días, pero estaba en uso todavía porque era muy práctica. El techo y las cortinas obscurecían el interior y mantenía las molestas moscas afuera. Además, este pequeño lugar era muy hogareño. Había una mesa, algunas sillas y algunos otras pequeños muebles. Me preguntaba si esto se había dispuesto para el viejo hombre que pasaba dos noches aquí cada semana los Martes y los Viernes. Durante esas dos noches cuando él dormía abajo, nunca oí el menor ruido. Pensé en utilizar esto a mi favor y me deslizaba todas las tardes hacia el cuarto después de que cerraban la puerta de la casa y me tendía en esa agradable cama. Cada mañana ordenaba cuidadosamente las frazadas y me iba de nuevo arriba al ático. Esa era mi manera de intentar escapar del espectro.

Por algún tiempo todo estuvo bien. La cosecha se acabó y los vientos del otoño barrieron las primeras hojas de los árboles. Mi situación había cambiado para mejor. Los animales ahora estaban en los pastos comunes y había hecho amistad con los niños que cuidaban los animales de sus padres.

Cuando en el primer día vieron que raspaba la mantequilla de mi pan, ellos quisieron saber por qué lo hacía y les mostré la repugnante grasa de carreta y a uno de los muchachos llegó a darle náuseas. Él le contó a su madre y ella me envió un emparedado el mismo día y siguió enviándomelos mientras yo seguía yendo a las pasturas. Ahora me sentía mucho mejor, y si hubiera podido hacer algo más permanente en mi fantasmal dormitorio todo habría estado bien. Estaba algo esperanzado que no apareciera el fantasma especialmente porque no sentía pavor en el cuarto de la cama con dosel. Pero al poco tiempo todo cambiaría. Por mucho que algo se posponga, siempre ha de suceder.

Una noche me desperté por un ruido peculiar. Sonaba como alguien golpeara la tela de las cortinas de la cama con un látigo. Tan pronto como estuve completamente despierto me di cuenta que faltaban mis frazadas de la cama. Aun cuando pensé que no tenía ninguna protección no estaba tan asustado. Tenía la sensación como si una mano protectora me protegiera de cualquier daño. Incluso me atreví lo suficiente como para inclinarme fuera de la cama para intentar alcanzar mi manta. Como no pude encontrarla, se me presentó justamente una situación muy desagradable. Rezando a Dios Todopoderoso, esperé. El ruido continuó por alrededor de otros 15 minutos y después terminó repentinamente con un chillido y un silencio mortal cubrió el cuarto.

Aunque no estaba realmente asustado, debo sin embargo haberme estado dando vueltas en la cama porque no podía conciliar de nuevo el sueño. Quizá el hecho de que pasé el resto de la noche destapado y helado era parte de mi incapacidad para dormirme de nuevo.

Al amanecer del día siguiente vi mi manta delicadamente doblada a dos pasos de la cama cerca de la estufa. Aun cuando no fui lastimado en este espantoso suceso no dormí nunca más en ese sitio. Nunca me había pasado algo similar en mi dormitorio del ático. Así que volví allá, determinado de aguardar pacientemente lo que pudiera venir.

El episodio del perro que subió y que cayó nunca se repitió, pero se podía oír cada noche algo así como que alguien caminar de puntillas, muy despacio hacia adelante y hacia atrás, excepto en aquellas noches en que el viejo hombre dormía abajo. Incluso cuando aquel pavoroso ruido estaba muy cerca de mi cama, parecía ser que el fantasma me dejaría tranquilo y nunca intentaría tomar mi manta de nuevo.

Las siguientes ocasiones los ruidos variaron y fueron a veces muy feroces, pues ahora eran de una naturaleza que ni hombre ni animal producirían. Se sentía como si mi ropa que había colocado cuidadosamente en un armario cerca de mi cama fuera violentamente desparramada por todo el cuarto. Podía oír el ruido que hacía al volar por el aire. Cuando vino el amanecer la capa aparentemente no se había movido de donde la había puesto la noche anterior. Lo mismo ocurrió con los azadones, fertilizantes, y escobas que habían sido guardados allí arriba. Los había oído ser lanzados alrededor en la noche, pero por la mañana todo estaba en su lugar. Nunca toqué ninguna de estas cosas que volaron alrededor.

Si eso hubiera sido todo el que hubiera sucedido, habría esperado tranquilamente que las cosas terminaran, porque el furor de esos sonidos duraba siempre solamente un corto período y durante ese tiempo yo me enrollaba firmemente en mi manta, determinado a defender mi cama. Pero con el tiempo llegó a ser peor. Había comenzado con el ruido sosegado y espeluznante como si alguien estuviera gateando suavemente por el piso, aunque esta vez tuve la sensación que ahora venía de debajo de mi cama, yo incluso podía sentir cierto leve roce. Tiré de mis frazadas fuertemente, pensando que pronto todo terminaría como las otras noches, cuando repentinamente fui levantado junto con mi cama y después caí otra vez. ¡Eso ya era demasiado! Lancé mi manta determinado a huir. Estaba listo para salir cuando recordé que la puerta de abajo estaba bloqueada por fuera. Tuve que permanecer donde estaba y ya que todo estaba tranquilo otra vez me calmé y caí eventualmente dormido. Cuando desperté en la mañana la molesta pesadilla estaba vívida en mi mente y decidí que ya no dormiría más en el ático. El establo y el granero estaban llenos de heno y paja y de ahora en adelante dormiría allí.

El 11 de Noviembre mi pesadilla terminó. ¡El día de la liberación ya estaba aquí!

Esa era la fecha convenida para terminar mi contrato. Ya muy temprano por la mañana embalé mis pocas cosas para irme de este miserable lugar. Estoy seguro que estaba de muy buen humor, porque la criada me dijo:

- “Estás tan alegre esta mañana. Nunca te había visto así.”

Contesté:

- “Cómo puedo no estar feliz de terminar mi servicio en este lugar tan desgraciado. Cualquiera que sale de la penitenciaría es feliz y este lugar era mucho peor.”

Cuando sacudí su mano al despedirme ella tenía lágrimas en los ojos y su voz temblaba cuando me deseó lo mejor. Estaba sorprendido de su gran tristeza porque pensaba que ella era incapaz de tales emociones y espero finalmente que ella haya podido encontrar alguna felicidad en su propia vida.

(Continúa en Parte III)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Resulta divertido leer las experiencias de este Señor. Era un buen escritor y quien treadujo, un buen intérprete. Y yo, una buena lectora.....
Felicitaciones: ¡¡¡Excelente trabajo!!!!

Arturo Neumann dijo...

Gracias, Dama del Lago, pero este es un ensayo inicial. Me falta pulir algúnos términos y arcaísmos del alemán antiguo que podrán dar una mejor interpretación del documento. Por ahora entrega una idea de los hechos y pensamientos de la época.

Saludos.

Arturo.