27 de abril de 2007

Genealogía de Johann Jakob Neumann

Aunque el impulsor de la emigración de la familia Neumann de Stendal, Alemania fue mi tatarabuelo Louis, según lo narrado por él en los escritos precedentes, considero como fundador y cabeza de la familia en Chile a su padre Johann Jakob Neumann, quien fuera el protagonista de los hechos narrados en la primera parte del diario descritos más abajo en este blog.

Johann y su familia emigraron a Chile en 1859, viajando de Hamburgo a Talcahuano en el bergantín "Inca", que anteriormente perteneciera a la firma Godeffroy con el nombre de "Iserbrock".

Luego de los últimos acontecimientos narrados en la tercera parte del diario, realizaron su viaje en carreta a bueyes a la ciudad de Los Ángeles, debiendo pasar una noche en el legendario pueblo de Rere. Posteriormente se establecieron en la "Colonia Humán" ubicada a las afueras de la ciudad en lo que hoy corresponde a las Avenidas Alemania y Gabriela Mistral. Lo acompañaban tres de sus hijos: Friedrich y su esposa e hijos; Wilhemine y su esposo August Schulz con su pequeño hijo; y mi tatarabuelo Louis con su esposa Henriette Klaas y sus hijos F. Carl y F. Julius.

Finalmente, en 1867 viajó a Chile el hijo menor de Johann, Wilhelm Julius junto a su esposa Henriette Praast y su cuñada Louise Praast, a establecerse en Los Ángeles con sus padres.

Según los datos que he logrado recopilar gracias a la ayuda de muchas personas que por ahora es muy largo de enumerar, hasta la fecha tengo registrada la siguiente descendencia de Johann Neumann:

- Genealogía de Johann Jakob Neumann (línea masculina).
- Genealogía de Johann Jakob Neumann (todos los descendientes).

23 de abril de 2007

Diario de mi tatarabuelo Louis Neumann / P III

Parte III


Aquí podría terminar mis memorias si deseara solamente contar las experiencias negativas. Pero puesto que todavía tengo tiempo y oportunidad anotaré algunos otros acontecimientos que sucedieron en el curso del tiempo.

Para el siguiente verano tomé el mismo tipo de trabajo en la aldea de Borstel con el señor Haferland. Aquí encontré todo contrario a mi primer trabajo. Una mesa, sillas, y armario en mi habitación. Todo el cuarto brillaba completamente por la limpieza y todo era de buena calidad y elegancia. Aquí aprendí a conocer a una familia pacífica, amistosa, sin vanidad. A pesar de ser el único criado allí, nunca oí alguna palabra desagradable. Era como si fuera parte de la familia.

Tres hijos y una hija ayudaban a sus padres mayores. La modestia de los patrones y la amistad que experimenté aquí fueron las razones por la que el tiempo se me pasó volando y estaba muy triste cuando llegó el día en que terminó mi servicio. Hubiese querido mucho trabajar allí al año siguiente pero esa temporada ellos habían decidido a dejar sus animales en el establo y no sacarlos a los pastos comunes.

Por esa razón el tercer año encontré un nuevo lugar de trabajo en la aldea de Babens con el señor Lehte. Aquí también todo fue muy provechoso y la familia estuvo satisfecha con mi trabajo. De hecho el señor Lehte deseó contratarme otra vez al año siguiente pero llegó unos días demasiado tarde porque ya había tomado un trabajo en Groβen Möringen con el dueño de la fábrica de ladrillos, el señor Grote. Aquí gané más dinero y aunque tenía mucho trabajo en los días laborables tenía tres Domingos sucesivos libre. Cada cuarto Domingo tenía que mantener el fuego de los hornos hasta que por la tarde el patrón me relevaba en mi puesto. Aquí, también parecía que estuviera todo bien.

Hubiera trabajado un año más aquí si no hubiesen habido cambios en la hilandería de lino en la casa de mi padre. Me interesaba mucho el nuevo método que se utilizaba. Se le llamaba “el método veloz" que era un nombre muy correcto, porque era mucho más rápido y más fácil. Hizo que la mano de obra innecesaria fuera eliminada de las hilanderías. Todo era diferente. La bobina o carrete ahora estaba contenido en una clase de catapulta que podía tirarse hacia adelante y hacia atrás con una mano, sin la necesidad que el tejedor diera vueltas de un lado a otro. En ciudades más grandes este método era bien conocido y gracias a él entraron a nuestra región materiales y telas más finas.

Ya que mi padre no estaba familiarizado con el nuevo método, el señor Storbek, hijo de nuestro benefactor, le había dado la buena idea que contratara jornaleros de fuera de nuestra región que tuvieran conocimiento de estos nuevos métodos. Por eso encontré en una de mis visitas de Domingo dos telares nuevos. Puesto que nadie trabajaba ese día y los empleados habían salido, yo tenía tiempo para mirar y observar todo muy cuidadosamente. Al tiempo comencé a experimentar con el telar nuevo, porque estaba allí cada Domingo en que me encontraba sin trabajar.

Sucedió que una vez que caminaba como casi cada Domingo a la ciudad, me encontré con uno de los hijos de mi segundo patrón, el señor Haferland. Mientras caminaba hacia la ciudad oí pisadas de caballo detrás de mí. Cuando me di vuelta vi a un jinete al trote rápido siguiéndome. Cuando me alcanzó detuvo su caballo y me saludó. Había apenas devuelto sus saludos, cuando él preguntó:

- ”Debemos conocernos. ¿No trabajó para nosotros hace un tiempo?”

Cuando asentí, tuve que contarle lo que había sucedido conmigo en el todo este tiempo y qué estaba haciendo ahora. Entonces él me contó que su padre había vendido la granja pero que había reservado una parte de ella para cuando jubilara. Sus dos hermanos todavía trabajaban allí. Él se había casado y su hermana también. Vivía en Üngelingen, y su hermana en Steinfelde de donde venía ahora. Todos estaban muy bien. Íbamos animadamente conversando cuando llegamos al punto donde nuestros caminos se separaban. Después de que nos deseáramos lo mejor cada uno se fue por su propio camino. Eso fue lo último que oí hablar de esa familia que me había tratado tan bien.

En casa le conté a mi madre del encuentro y cómo él amablemente me había hablado. Además él le había enviado sus mejores saludos. Después de eso me fui al telar donde ya había alcanzado un cierto progreso.

Mi servicio en la fábrica del ladrillo terminó el 11 de noviembre y el domingo siguiente me fui a casa. ¡El lunes iba a probar el moderno método de tejer! Sobrepasó por muy lejos mis capacidades. Tendría que esperar la siguiente oportunidad de intentarlo ya que fui incapaz de lograr alguna tela de calidad con el nuevo telar.

El puesto de mi padre en la hilandería estaba vacante porque él tenía otros deberes que hacer en la granja así es que ocupé su lugar en la hilandería. Pero su telar no tenía el equipo nuevo y realmente no estuve muy a gusto en él. Me relevaron cuando mi hermano Friedrich asumió el control de la hilandería. Había regresado del servicio militar solo un día después de mi regreso de la fábrica de ladrillos. Esa fue la razón por la cual yo, el más joven aprendió el nuevo método primero y tuve que enseñárselo a mi hermano mayor más adelante.

Sucedió lo siguiente. Un jornalero – del mismo nombre que yo – quiso trabajar independientemente. Él poseía un telar nuevo y todos sus accesorios. Pero como todavía no estaba casado y aún no deseaba tener su propio hogar, se instaló en nuestra casa. Él no era solamente tejedor sino que también músico y trabajaba como tal los Domingos en las tabernas y en las plazas. Y ya que los músicos gustan de haraganear, él raramente estaba en su telar los Lunes. A esto le di buen uso. Muy temprano en las mañanas de los Lunes yo iba a su telar. Si yo hubiese tenido que aprender todo solo, habría cometido muchas equivocaciones y me habría tomado mucho tiempo, pero el tejedor extranjero que estaba en el otro telar me enseñó. Me miraba y me corregía. Él era un hombre bueno, sólido y de principios. Me enseñó cada pequeño detalle, de esta manera aprendí rápidamente y muy pronto era tan bueno como mi profesor y si a veces era un poco más rápido que él; entonces era más feliz, como si él hubiese triunfado. De hecho, pienso que nunca se podía enojar porque pasara lo que pasara era siempre modesto y bueno. Él se sentía como en casa y hubiésemos querido que él permaneciera con nosotros, pero las cosas resultaron ser muy diferentes.

Algo para nosotros inexplicable le ocurrió. En nuestra casa comenzaron apariciones de fantasmas que parecían relacionarse con él. Perdió su naturaleza alegre y se volvió ansioso y reservado. Nosotros bromeábamos respecto del fantasma y nos reíamos de ello, dondequiera que llegáramos a sentirlo y a veces incluso le decíamos en voz alta:

- “¡Leopold, aquí viene!”

Él se ponía cada vez más triste.

Y entonces, sucedió que una tarde todos acabábamos de irnos a la cama pero seguíamos estando despiertos. Dormíamos en el segundo piso de la casa y yo incluso lo hacía en el tercer piso en el ático. Mamá estaba aún abajo levantada. Mi hermano Friedrich y Leopold dormían juntos en la misma habitación. De pronto hubo un ruido como si un paquete de ramas secas hubiera sido lanzado escaleras abajo, rodado y caído hacia el primer piso donde mi madre lo oyó el venir. Mi hermano Friedrich tuvo la sensación como si hubiera volado sobre su cama y él había gritado:

- “¡Leopold, aquí está!”

Pero Leopold contestó solamente muy calmadamente:

- “Oh, déjalo que esté.”

Temprano a en la mañana Leopold nos dijo que no podría quedarse más con nosotros que nos tenía que dejar. Cuando le preguntamos por qué, él contestó que no podía decírnoslo. Y aunque le pedimos que se quedara no lo hizo. Se fue el mismo día y nunca oímos de él otra vez, así como tampoco volvimos a saber del fantasma. El espectro se había ido con él...

Mi hermano Friedrich ahora tomó el puesto de Leopold y comenzó a estudiar el nuevo método. Yo ya había comprado mientras tanto el telar y todas las herramientas que mi tocayo - el músico - había poseído. El señor Storbek me había prestado dinero con la condición que cada vez que yo trajera una pieza de tejido, pondría una pequeña cantidad hasta balancear el préstamo. Así pronto tuve mi propio telar y todos sus accesorios. Siempre trabajé para el señor Storbek y fui siempre dichoso. Solamente una vez tuvimos diferencias pero cuando pude probarle que la culpa era suya, él me sacudió las manos con las palabras:

- “Olvidémonos y seamos amigos otra vez, y pienso que nunca pelearemos otra vez.”

Y esa fue la verdad. Nunca tuvimos otro contraste de pareceres y seguimos siendo amigos hasta hoy. Y aun cuando pienso que estoy muy lejos yo siempre tendré a la familia Storbek en mi memoria. Pusieron los fundamentos para toda nuestra prosperidad. Si no hubieran salvado la propiedad de nuestros padres no habríamos podido nunca pagar nuestro pasaje a Suramérica y habríamos seguido estando en la pobreza todas nuestras vidas.

Puesto que nada digno de recordar sucedió en los siguientes años, me saltaré ese tiempo y comenzaré otra vez en el año 1856.

Durante este año me llegué a enterar por primera vez de la posibilidad de inmigrar a Chile en Suramérica. Puesto que me encontraba sin medios, realmente no le presté mucha atención. Pero cuando un año más tarde, Viehmeister, que era hermanastro de mi madre se decidió a inmigrar, tuve repentinamente un gran deseo de intercambiar la vieja patria por América. Pronto llegó una carta de Viehmeister, diciéndonos que había llegado a Chile. No elogió mucho su llegada al nuevo país porque terminó su carta con las palabras: “Cualquiera que estuviera y exista allí puede desear permanecer allí, porque es muy fácil desarraigarse de algo pero es difícil construir una nueva existencia.”

Mi deseo de ir a Chile creció cada vez más. Pronto tomé correspondencia con el agente el señor Düsseldorf en Hamburgo. Con su primera carta me envió un prospecto y me escribió que debía preguntarle cualquier cosa de lo qe quisiera y él me daría toda la información que yo deseara. Realmente no sé por qué me vino el gran deseo de inmigrar porque en Stendal tenía los medios para ganarme la vida por pobre que fuera y yo además estaba trabajando.

Oí historias tristes sobre otros inmigrantes pero pensé que nada como eso podría sucederme. Desatendí todo peligro y tenía solamente una meta: trabajar para comprarme mi propia granja por muy pequeña que pudiera ser. Con esta meta delante de mí utilicé siempre toda mi energía para alcanzarla. No fue fácil porque mis padres estuvieron un muy buen tiempo decidiendo. Los impulsé y animé mucho y muy a menudo. Si no hubieran tenido la innombrable desgracia cercana en su memoria que hicieron tan amargas sus vidas y acrecentaron sentimientos negativos contra su patria, probablemente nunca habrían consentido en viajar. A veces una desgracia puede ser útil.

Y mi buena suerte nunca me ha dejado. Incluso en los tiempos cuando la luz del sol se obscurecía, parecía ser solamente una sombra efímera que desaparece a gran velocidad, por todas partes conocí a buena gente que me ayudó, enseñó y me condujo por el buen camino que me permitió salir adelante.

El agente, señor Düsseldorf al que nunca conocí personalmente, me sirvió muy complacientemente. Tomé completa ventaja de su oferta para informarme sobre todo lo que yo necesitaba saber y me contestó cada de mis preguntas a mi más completa satisfacción. En dos casos él me concedió favores especiales. Me informó que podría elegir los mejores lugares en la nave si pagaba el pasaje un poco antes. Y le pedí otro favor: poner nuestro equipaje sobre la cubierta más baja. Eso me fue concedido aun cuando las cajas eran tres veces más grandes que lo habitual. Él mantuvo su promesa sin tener que recordárselo. Este favor fue muy valioso y muchos otros pasajeros nos envidiaron por ello.

Salimos de Hamburgo en Abril de 1859 esperando que alcanzáramos nuestro nuevo destino muy pronto. Y parecía que ése sería el caso, porque durante la mayor parte teníamos vientos favorables y el capitán esperaba estar en Valparaíso el 18 de Septiembre, para el día de fiesta nacional. Pero las cosas cambiaron. Estábamos bastante cerca del Cabo de Hornos cuando el buen viento se convirtió en una constante tormenta, de modo que tuvimos miedo que la nave se rompiera bajo impacto de las olas. Incluso estuvimos muy cerca de zozobrar porque el timonel parece no haber estado prestando mucha atención ya que una gran ola golpeó el costado de la nave y le dio vuelta de manera que el agua alcanzó el centro de la embarcación. Eso era el 27 de Septiembre a las 4 de la mañana.

Casi todos estaban dormidos. Sólo yo, el cocinero y el ordenanza del capitán acabábamos de comer en la cocina. Si no hubiéramos tenido las paredes de esa cocina protegiéndonos a nuestro alrededor, probablemente habríamos llegado a conocer el mar más de cerca de lo que hubiéramos querido.

La nave se enderezó otra vez lentamente y el cocinero dijo algo como:

- “Que grande fue!”

El capitán la había sentido también y vino a la cubierta baja a calmarnos. Él nos dijo que no nos asustáramos porque esta era una buena nave. Le dije que yo pensaba así también y le agregué:

- “El que no quiera morir en el agua no va a ahogarse!”

Y eso resultó ser lo correcto ya que arribamos sin otro incidente al puerto de Talcahuano el 22 de Octubre, a las 9 de la tarde.

Recién a la mañana siguiente nos sacaron de la nave porque en la oficina de aduanas no había suficiente espacio para todos nosotros, aquellos que nos sentíamos bastante bien fuimos llevados momentáneamente a los viejos cuarteles militares.

Llevó la mayor parte del día llevar todo lo que necesitábamos allá y el día casi se acaba antes de que lo notáramos.

Y allí estábamos: sorprendidos, perplejos, sin pan, sin luz, y no entendíamos el idioma.

Me apresuré a regresar a la aduana a buscar al capitán. Fui muy afortunado en encontrarlo y contarle nuestros problemas. Él estuvo inmediatamente dispuesto a ir conmigo donde el agente y allí demostró ser un amigo en la adversidad. Con su mediación nuestro sustento diario en dinero fue aumentado 30 centavos a 87 centavos por día, una caja de cerillos, una libra de velas, y conseguí tanto pan como deseé. Otra crisis fue superada con la ayuda de un amigo.

Y en el curso de tiempo he encontrado que dondequiera que necesitara a amigo siempre encontré uno. Para mí el refrán es cierto: "Cuando la necesidad es más grande Dios está más cerca..."

Fin del diario.

Diario de mi tatarbuelo Louis Neumann / P II

Parte II


Aquí me detendré por ahora y hablaré de algunos episodios de mi vida que me conciernen.

El año era 1842. Era pleno verano. El centeno y el trigo florecían en la campiña. Un día un hombre joven, llamado Ahl, de la aldea de Belkau vino buscando a un muchacho que quería tomar para el cuidado de sus animales en pastoreo. Pensé que eso satisfaría a mis padres, por lo que decidí tomar el trabajo. En muy breve plazo convenimos respecto del tiempo y los salarios. Algunos días después, luego que mi madre me hubo puesto en orden un poco de ropa, yo alegre comenzaba en mi primer trabajo. ¡Pero con qué decepción me encontraría! ¡Qué diferentes eran las cosas aquí comparado a como estaban en casa!

Ésta no era solamente una pequeña granja desorganizada y mal mantenida sino que eran totalmente descuidados en el lado doméstico.

El hombre que me había empleado tenía cerca de 30 años. Él era el único hijo, aún estaba soltero y había asumido el control la administración de la granja. Su madre aún manejaba la casa y tenía una criada que era la exacta contraparte de la vieja mujer. Una cojeaba, la otra era raquítica. Una era asquerosa; la otra no era limpia. De hecho, si alguien hubiera presionado fuertemente en las paredes de la casa, no habrían podido liberarse sin ayuda de tan pegajosas que estaban. Y tal como el aspecto de estas modelos de hembras era exactamente su capacidad de manejar sus deberes domésticos.

Uno no podía dar una mordida a la comida con apetito, sólo el hambre más grande podía hacer tragar estos repugnantes alimentos. La mantequilla parecía grasa de carreta porque todas las moscas que se habían ahogado en la leche habían sido desmembradas y machacadas sin piedad en la mantequillera. La sopa era una piscina para muchos gusanos. El tocino estaba arañado y medio comido por los gatos. La suciedad en el pan estaba muy escondida, así que yo comía sobre todo el pan seco para guardar del hambre.

Muchas veces deseé abandonar mi servicio pero siempre prevaleció el pensamiento que eso apenaría a mis padres. El tiempo pasó lenta y desagradablemente. Pero pronto las cosas empeoraron.

Aun cuando nada cambió en mis condiciones de trabajo pronto iba a perder el lugar en donde dormía. Hasta antes de la cosecha lo hacía con los criados de la casa, sin embargo la cosecha necesitaba más mano de obra y se tomó un segundo trabajador. Su habitación estaba en el ático de una casa desocupada, en donde vivirían los padres de mi patrón una vez que los obreros se fueran de la granja.

Pasó alrededor de una semana cuando el nuevo trabajador había desaparecido. Volvió dos días más tarde acompañado por su padre. Después que hubieron dicho todo lo que tenían que decir y probablemente expresado sus agravios al dueño de la granja, me dijeron que tenía que intercambiar mis habitaciones con el nuevo trabajador, que de ahora en adelante dormirían en el lugar que yo ocupaba en la habitación de los criados de la granja.

La mujer que me trajo estas noticias se ofreció a mostrarme el nuevo lugar en donde dormiría, así encontraría el camino en la oscuridad. Subí las escaleras detrás de la mujer hasta el ático sobre la casa desocupada. Tan pronto como alcancé el cuarto del ático repentinamente me llené de un terror que nunca antes había experimentado, a pesar de que aún era medio día y no había nada espantoso a la vista.

Bajé las escaleras y alcancé el pasillo al mismo tiempo que la mujer. Por mucho que intenté sugestionarme que este terror estaba solamente en mi imaginación, la sensación no se iba y cuando llegué a mis habitaciones en la oscuridad de la tarde yo estaba aún más asustado. Lo más rápidamente posible me quité mis ropas y salté bajo las frazadas que y temblaba por cualquier cosa que sucediera. Pero todo permanecía quieto. Nada disturbó la calma de la noche. Así y todo, mi ansiedad no se iría hasta que el sueño finalmente me superó.

Al día siguiente me desperté con la brillante luz del día y pude ver cada detalle del cuarto. No encontré nada inusual. Un viejo armario y mi cama; eso era todo que había en la habitación la cual no era muy grande tampoco. Estaba sobre un pequeño pasillo y un pequeño cuarto escaleras abajo. Aunque todo se veía tan agradable e inofensivo no podía sacudirme la intranquilidad de la tarde anterior.

La segunda noche fue casi tan tranquila como la primera, pero y aún luchaba contra esta extraña premonición, la cual se hizo realidad durante la tercera noche y mi espanto no disminuyó de ninguna manera. Esperaba que algo terrorífico sucediera – y sucedió...

Pocas horas debían haber pasado desde la puesta del sol, cuando se oyó como si un perro subiera por las escaleras hacia el ático. Ya que en la granja había un perro guardián yo pensé que podía haber entrado en la casa antes de que hubieran cerrado la puerta por fuera y lo llamé. Pero en vez de venir a mí, se sintió como si hundiera la cabeza sobre los talones, cayó por las escaleras y sin emitir ningún sonido aterrizó en el fondo con un ruido sordo embotado, sólo para volver a subir. Esto se repitió por alrededor de un cuarto de hora y entonces todo después se tranquilizó. Ya que había una distancia de cerca de 15 pies entre la tapa de las escaleras a mi cama, me calmé de nuevo y pronto el sueño me superó.

Cuando desperté por la mañana, los sucesos de la noche estaban aún vívidos en mí y pensé en la posibilidad de encontrar otro lugar para dormir. En el cuarto debajo del ático se encontraba una cama grande (de esas con dosel), pasadas de moda en esos días, pero estaba en uso todavía porque era muy práctica. El techo y las cortinas obscurecían el interior y mantenía las molestas moscas afuera. Además, este pequeño lugar era muy hogareño. Había una mesa, algunas sillas y algunos otras pequeños muebles. Me preguntaba si esto se había dispuesto para el viejo hombre que pasaba dos noches aquí cada semana los Martes y los Viernes. Durante esas dos noches cuando él dormía abajo, nunca oí el menor ruido. Pensé en utilizar esto a mi favor y me deslizaba todas las tardes hacia el cuarto después de que cerraban la puerta de la casa y me tendía en esa agradable cama. Cada mañana ordenaba cuidadosamente las frazadas y me iba de nuevo arriba al ático. Esa era mi manera de intentar escapar del espectro.

Por algún tiempo todo estuvo bien. La cosecha se acabó y los vientos del otoño barrieron las primeras hojas de los árboles. Mi situación había cambiado para mejor. Los animales ahora estaban en los pastos comunes y había hecho amistad con los niños que cuidaban los animales de sus padres.

Cuando en el primer día vieron que raspaba la mantequilla de mi pan, ellos quisieron saber por qué lo hacía y les mostré la repugnante grasa de carreta y a uno de los muchachos llegó a darle náuseas. Él le contó a su madre y ella me envió un emparedado el mismo día y siguió enviándomelos mientras yo seguía yendo a las pasturas. Ahora me sentía mucho mejor, y si hubiera podido hacer algo más permanente en mi fantasmal dormitorio todo habría estado bien. Estaba algo esperanzado que no apareciera el fantasma especialmente porque no sentía pavor en el cuarto de la cama con dosel. Pero al poco tiempo todo cambiaría. Por mucho que algo se posponga, siempre ha de suceder.

Una noche me desperté por un ruido peculiar. Sonaba como alguien golpeara la tela de las cortinas de la cama con un látigo. Tan pronto como estuve completamente despierto me di cuenta que faltaban mis frazadas de la cama. Aun cuando pensé que no tenía ninguna protección no estaba tan asustado. Tenía la sensación como si una mano protectora me protegiera de cualquier daño. Incluso me atreví lo suficiente como para inclinarme fuera de la cama para intentar alcanzar mi manta. Como no pude encontrarla, se me presentó justamente una situación muy desagradable. Rezando a Dios Todopoderoso, esperé. El ruido continuó por alrededor de otros 15 minutos y después terminó repentinamente con un chillido y un silencio mortal cubrió el cuarto.

Aunque no estaba realmente asustado, debo sin embargo haberme estado dando vueltas en la cama porque no podía conciliar de nuevo el sueño. Quizá el hecho de que pasé el resto de la noche destapado y helado era parte de mi incapacidad para dormirme de nuevo.

Al amanecer del día siguiente vi mi manta delicadamente doblada a dos pasos de la cama cerca de la estufa. Aun cuando no fui lastimado en este espantoso suceso no dormí nunca más en ese sitio. Nunca me había pasado algo similar en mi dormitorio del ático. Así que volví allá, determinado de aguardar pacientemente lo que pudiera venir.

El episodio del perro que subió y que cayó nunca se repitió, pero se podía oír cada noche algo así como que alguien caminar de puntillas, muy despacio hacia adelante y hacia atrás, excepto en aquellas noches en que el viejo hombre dormía abajo. Incluso cuando aquel pavoroso ruido estaba muy cerca de mi cama, parecía ser que el fantasma me dejaría tranquilo y nunca intentaría tomar mi manta de nuevo.

Las siguientes ocasiones los ruidos variaron y fueron a veces muy feroces, pues ahora eran de una naturaleza que ni hombre ni animal producirían. Se sentía como si mi ropa que había colocado cuidadosamente en un armario cerca de mi cama fuera violentamente desparramada por todo el cuarto. Podía oír el ruido que hacía al volar por el aire. Cuando vino el amanecer la capa aparentemente no se había movido de donde la había puesto la noche anterior. Lo mismo ocurrió con los azadones, fertilizantes, y escobas que habían sido guardados allí arriba. Los había oído ser lanzados alrededor en la noche, pero por la mañana todo estaba en su lugar. Nunca toqué ninguna de estas cosas que volaron alrededor.

Si eso hubiera sido todo el que hubiera sucedido, habría esperado tranquilamente que las cosas terminaran, porque el furor de esos sonidos duraba siempre solamente un corto período y durante ese tiempo yo me enrollaba firmemente en mi manta, determinado a defender mi cama. Pero con el tiempo llegó a ser peor. Había comenzado con el ruido sosegado y espeluznante como si alguien estuviera gateando suavemente por el piso, aunque esta vez tuve la sensación que ahora venía de debajo de mi cama, yo incluso podía sentir cierto leve roce. Tiré de mis frazadas fuertemente, pensando que pronto todo terminaría como las otras noches, cuando repentinamente fui levantado junto con mi cama y después caí otra vez. ¡Eso ya era demasiado! Lancé mi manta determinado a huir. Estaba listo para salir cuando recordé que la puerta de abajo estaba bloqueada por fuera. Tuve que permanecer donde estaba y ya que todo estaba tranquilo otra vez me calmé y caí eventualmente dormido. Cuando desperté en la mañana la molesta pesadilla estaba vívida en mi mente y decidí que ya no dormiría más en el ático. El establo y el granero estaban llenos de heno y paja y de ahora en adelante dormiría allí.

El 11 de Noviembre mi pesadilla terminó. ¡El día de la liberación ya estaba aquí!

Esa era la fecha convenida para terminar mi contrato. Ya muy temprano por la mañana embalé mis pocas cosas para irme de este miserable lugar. Estoy seguro que estaba de muy buen humor, porque la criada me dijo:

- “Estás tan alegre esta mañana. Nunca te había visto así.”

Contesté:

- “Cómo puedo no estar feliz de terminar mi servicio en este lugar tan desgraciado. Cualquiera que sale de la penitenciaría es feliz y este lugar era mucho peor.”

Cuando sacudí su mano al despedirme ella tenía lágrimas en los ojos y su voz temblaba cuando me deseó lo mejor. Estaba sorprendido de su gran tristeza porque pensaba que ella era incapaz de tales emociones y espero finalmente que ella haya podido encontrar alguna felicidad en su propia vida.

(Continúa en Parte III)

Diario de mi tatarbuelo Louis Neumann / P I

Mi Diario
Parte I
W.L.J. Neumann.
Mis recuerdos y memorias de una mañana de Otoño en el año 1840.
Era muy temprano, antes del alba cuando alguien golpeó insistentemente a nuestra puerta. Debido a que mis padres se encontraban en el corral alimentando a los animales, me apresuré a abrirla, pero tan pronto como corrí el cerrojo, la puerta se abrió violentamente, lo suficiente como para deslizar un pequeño paquete del tamaño de medio hectólitro y luego la cerraron violentamente otra vez desde el exterior. Nadie pronunció palabra alguna y tampoco a ninguna persona cuando me asomé a ver. Como hacía frío, rápidamente volví a la cama y pronto me dormí otra vez. Cuando desperté ya era pleno día y tuve que apresurarme para llegar a la escuela a tiempo por lo que en mi prisa no mencioné a mis padres lo que había sucedido anteriormente, pero sería lo primero que haría cuando volviese a casa al mediodía.
Cuando regresé, el paquete seguía estando en el mismo lugar en donde lo había puesto. Estaba envuelto en una bolsa común y ni siquiera se me ocurrió ver su contenido. Después de que dije a mis padres lo  sucedido, yo hubiese estado a punto de olvidar completamente el asunto, pero este pequeño y discreto paquete dentro de la bolsa sería la catástrofe que se convertiría en el desastre más triste de la vida de mi padre. Y aun cuando yo tenía solamente diez años de edad, nunca he podido olvidarlo.
Mis padres no tenían ninguna idea del contenido del paquete y pensaron que quien lo hubiese dejado muy pronto vendría a reclamarlo. Tuvieron la sospecha de que eran mercancías robadas, e incluso sospecharon que sabían quién lo había traído, pero esta persona mencionada nunca había estado en nuestra casa y yo nunca lo había visto. Aún así, el hermano de esa persona a menudo sí había estado varias veces en casa.
Se sospechaba que nuestro huésped veía secretamente a su hermano, pero yo nunca había oído mencionarlo, aún cuando incluso posteriormente en que lo vi casi a diario cuando años más tarde alquilé un cuarto en casa de él y viví allí por casi un año. Durante todo ese tiempo, nunca vi a ese hermano u oí que lo mencionara. Ninguno de nosotros supo si dicho hermano tenía algún conocimiento del paquete secreto de la bolsa. Pero una cosa era segura; el paquete nunca vino a ser reclamado ni por su dueño ni por quien lo trajera a nuestra casa.
Repito que nunca vi el contenido del paquete pero oí más adelante por las conversaciones que se sostuvieron, que se trataba de joyas y oro. Como el oro juega tan a menudo un rol infame así también esta infamia vino a rondar nuestra casa.
Mi madre imprudentemente había abierto el paquete y no pudo resistir la tentación de tomar un par de pequeños pendientes para dárselos a mi hermana Wilhelmine que era tres años mayor que yo. Como nosotros nunca hubiéramos podido comprar ese tipo de joyas, ella solo deseaba hacer feliz a su hija, pero esta felicidad se transformó en una pena desgarradora.
Al tercer día después de la entrega del paquete, llegó la policía con una orden de registro para buscar un cofre perdido, en caso que mi padre prefiriera no autorizar la búsqueda por su propia y libre voluntad. La repentina aparición del policía quebró el temple a mi padre, tanto que le quitó el habla y bien cerca estuvo de revelarlo todo, porque lo que el policía buscaba todavía se encontraba sobre la vieja mesa y nadie lo miraba.
El policía no sospechó que las mercancías robadas estuvieran abiertamente sobre la mesa, él buscaba algo que estuviera escondido y miraba en cada esquina de la casa, del sótano, del jardín, en cada cajón y en los estantes más pequeños. No se le hubiera escapado ni siquiera un alfiler si es que eso hubiese buscado.
Al final de la búsqueda descubrió los pendientes en el dormitorio de mi hermana, los cuales se llevó consigo. El policía no encontró nada más, pero fue prueba suficiente como para llevar detenido a mi padre, a mi madre y a mi hermana. Después de ocho días fueron liberados debido a la falta de evidencia. Por ahora se habían salvado. Mi padre negó cualquier conocimiento sobre el tema y mi madre declaró que había comprado los pendientes a alguien que ella no conocía, y luego se los había dado a su hija. Aunque el dueño de los pendientes los reconoció como suyos, el juez dijo que perfectamente hubieran podido ser comprados de segunda mano.
La primera pregunta que le hicieron a mi padre fue que si los aretes habían sido sacadas del cofre, a lo que tuvo que decir no, porque nadie siquiera las había pedido. Mi padre no contaba con eso. Él estaba seguro que alguien había sacado ciertamente el paquete de la bolsa pero no podía asegurar quién había sido. Ahora él estaba desesperado. En su perplejidad tomó la desafortunada decisión de traer el paquete al policía creyendo que si el dueño conseguía sus cosas de vuelta, todo estaría bien. Él sabía que no había robado ninguna cosa y estaba seguro que todo el mundo sabía eso también, pero ahora tuvo que beber la copa de dolor hasta el fondo. Tan pronto como el policía tuvo los objetos de valor, tomaron a mi padre detenido otra vez.
En el juicio declaró exactamente cómo había sucedido todo. También le dijo al juez que estaba seguro que alguien había sacado las cosas del interior, a lo que el juez contestó:
- “¡Oh tú hombre desafortunado! Si hubieras enterrado las cosas solamente 10 pies en el jardín de modo que nunca vieran luz del día otra vez, o si me las hubieras traído de inmediato entonces habría podido salvarte, pero ahora todo se ha perdido.”
Mi padre le aseguró nuevamente al juez que no había robado las cosas.
- “Que tú no las robaste no lo he dudado en ningún momento, incluso sé quién es el ladrón. Lo tenemos aquí en custodia, pero él es bastante astuto, que no nos permitió encontrar ni siquiera un alfiler. Ya lo he tenido aquí delante de mí siete veces pero no ha confesado nada. Él podría salvarte pero ya sé que no dirá ni hará nada que pudiera incriminarlo. Él no tiene absolutamente ningún sentimiento. Lo traeré aquí inmediatamente y en tu presencia intentaré lo mejor que pueda para hacer que confiese.”
Después de algunos minutos el mismo hombre que mi padre había sospechado apareció. El juez le imploró para que pensara en lo que tendría que mi sufrir mi padre a causa de sus actos y que podría prevenir tal terrible desgracia si confesara que había traído las cosas a la casa de mi padre.
- “Considera el hecho de que no sólo estás arruinando a un hombre de un momento a otro sino que estás destruyendo a una familia entera para siempre.”
Todo fue en vano, no confesó una palabra. Él mantuvo en todo momento su versión que no sabía nada.
- “Bien, tú otra vez no sabes nada y te conocen como “Labi el ladrón”.
Mi padre fue liberado otra vez y pudo trabajar en la granja, pero después de pasados siete meses llegó la sentencia del tribunal. Fue condenado a 6 meses de prisión, mi madre a 4 meses en la penitenciaría y mi hermana un mes en cárcel. Además de eso tuvieron que pagar todos los gastos de la corte. Eso fue un duro golpe que condujo a mis padres casi a la desesperación. Perderían su amada casa tan duramente ganada. Por mucho que pensaron y planearon no pudieron encontrar ninguna manera de escapar de ese peligro.
En lo triste de la situación el cuñado de mi madre, de apellido Tier (Thiers), vino un día a verlos. Él había enviudado hacía algún tiempo y había oído hablar del apuro de mi padre. Puesto que había tomado una hipoteca de 200 talers o de 600 marcos por nuestra casa, él estaba asustado de perder su dinero y deseó recordarnos la hipoteca. Mi padre le explicó que no había peligro que Tier perdiera su dinero e hizo la sugerencia de venderle la propiedad en el mismo precio de la hipoteca pero solamente por 5 años, transcurridos los cuales mis padres le comprarían la casa nuevamente. Pero Tier no pudo entender la propuesta y dijo:
- “Si te la compro entonces tendrás que irte inmediatamente.”
Mi padre vio que su cuñado no entendía lo que le había propuesto, y le dijo:
- “Pienso que en tal caso yo puedo vender la propiedad a un precio mejor.”
- “Ve tú que yo consiga mi dinero o te demandaré.”
- “No te preocupes, te conseguiré tu dinero cuanto antes.”
Y entonces Tier se fue.
Ahora a mis padres les quedaba muy claro que tendrían que vender la propiedad. Estaban todavía sentados ahí, perdidos en sus dolorosos pensamientos, cuando alguien golpeó a la puerta. Un viejo conocido de ellos de nombre Storbek entró. Después de algunos minutos en que se hablaron sutilezas él dijo:
- ¡“La razón de mi venida! He oído que desean vender su casa.”
Y a la respuesta de mi padre:
- “Sí, lamentablemente tengo que hacerlo”
Él contestó:
- “Lo sé. Solamente puedo darte 600 talers por ella. Sé que ése no es el valor total de la propiedad, pero es todo lo que puedo darte porque no necesito la casa. Si luego deseas comprarla, te la venderé de nuevo por el mismo precio. Hago esto solamente para ayudarte con todos los costos que tienes ahora.”
Mi padre le informó sobre la venta pre acordada que él quería contratar con su cuñado. El señor Storbek contestó:
- ”Eso convendría también, si confías en mí lo suficiente para vender bajo estas circunstancias, podrás tener el dinero de hipoteca mañana. Piénsalo y házmelo saber.”
El señor Storbek se despidió y se marchó. Mis padres pensaron en la oferta por un corto tiempo y decidieron aceptarla, por lo que mi padre le informó a su cuñado que podría venir a retirar su dinero al día siguiente.
En ese día todo fue puesto en orden. Solamente se tuvo que arreglar el inicio de su tiempo de la cárcel. Según la ley de la región se podía determinar cuándo comenzar el tiempo de la condena. Decidieron que la mamá y mi hermana comenzaran el 1 de Noviembre de 1841 y el papá comenzaría el 1 de Diciembre del mismo año. Esto se convino así porque durante el invierno el trabajo en nuestra pequeña granja no era muy arduo.
Una vez cumplida las condenas todos volvieron con buena salud pero lamentablemente durante el transcurso de ese tiempo el señor Storbek había fallecido. Él no pudo ver por sí mismo la conclusión de su buena obra, pero incluso en su última hora él imploró a su familia:
- “¡No defrauden a los pobres Neumann!”
Y no lo hicieron. Mantuvieron su palabra y nuestra armoniosa amistad nunca sufrió ningún quiebre.
(Continúa en Parte II)